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martes, 23 de agosto de 2011

yo no vi la luz

Podía ver sus ojos inyectados en sangre a través de la reja de mi ventana, pero no tuve miedo, no sé por qué no lo tuve, me sentía segura a su lado, algo inusual en un humano sentirse seguro al lado de una bestia. Decidí que vivir aventuras a su lado podría ser interesante.
Entonces me levanté de mi mullida cama, como hipnotizada por aquellos rojos y brillantes ojos, algo en ellos me atraía, como atrae la miel a la abeja. Caminé vestida por una camiseta negra de talla grande que me hacía de vestido, me acerqué a la ventana, paso a paso, muy lento, como el sol derrite el hielo. Con respiración tranquila y sin la típica taquicardia llegué a la ventana y la abrí, siempre mirándolo fijamente a los ojos.
Saqué la cabeza  hasta donde la reja me permitió, el frío de febrero me acarició la mejilla, yo cerré los ojos para sucumbirme a la voluntad de la bestia. Pero nada me cogió, nada me hirió, no sentí ninguna zarpa afilada desgarrando mi piel.
Será porque ya estaba muerta, y los muertos no sienten nada, están vacíos.


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