Es curioso observar como las cosas cambian, como en la mente del ser humano es activado el interruptor del olvido, y con él se activa también la luz parpadeante de la indiferencia, mientras que tú esperas a que esa luz se apague y que por un milagro sus manos vuelvan a rozar tu piel.
Porque solo te queda desear volver a cruzártelo por la calle sin tener que fingir que nunca ocurrió nada, sin tener que sonreírle falsamente, tener que despedirte aun cuando desearías quedarte allí eternamente, no poder volver a caer cuando querrías caer una y mil veces, saber que no debes llamar a su móvil porque te arriesgarías a recibir una respuesta y, por consiguiente, una ilusión inevitable.
Solo te queda la triste opción de la autoconvinción y esperar a que esa opción “de sus frutos” y cuando lo hayas conseguido esperar que al encontrártelo caminando por la misma acera, no sientas la falsedad en su sonrisa, no notes que no quiera despedirse y tampoco un brillo extraño en sus ojos, no vuelvas a ver su nombre en la pantalla de tu móvil, deseando que nunca más vuelva a darte razones, que nunca más vuelva a ser como antes…
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