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martes, 2 de agosto de 2011

La marea.

Bajaba, subía, bajaba, subía… el agua mojaba mis pies. La playa desierta. Yo, parada en la orilla y mirando la profundidad del horizonte, pensaba a la vez que en todo, en nada, y como ya es de costumbre el sol pintaba el cielo; naranja, amarillo y algunos tonos oscuros. La brisa, cariñosa y agradable recorría los escondrijos de mi pelo, revolviéndolo y pasándolo por delante de mis ojos. Yo, que siempre hablo en pasado, esta vez debería hacerlo en presente; él vino corriendo tras de mí, paró en seco a mi espalda creyendo ciegamente que yo ni le oía ni sabía quién era, aunque podía saberlo a ciencia cierta, ya que capté inmediatamente el sonido de sus pies al chocar con la arena, el sonido de su presencia… estuve a punto de volverme, pero me di el gustazo de dejar que me tapara los ojos y que lentamente me susurrara algo indescriptible al oído.
Solo pude decirle esto:
-¿Dónde habías estado hasta el día en que nos encontramos? Ya no lo recuerdo… ya sabes… cómo era todo sin ti.
-Estuve buscándote





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